El ascensor
Entro en el hospital y me
dirijo al ascensor que me llevará a la planta cinco, estoy citado a las ocho,
vaya horas y de un sábado. A un lado de la puerta del elevador un letrero con
letras rojas reza: “Pulse el botón con la nariz”. Al leerlo pienso que es una
broma. Mi dedo índice presiona el interruptor y la luz del mismo no se
enciende, pruebo con otros dedos, con los nudillos y con los de la mano
izquierda, nada no hay manera. Es ridículo, pero miro alrededor para comprobar
que nadie me vea agachado y con la punta de mi nariz en el llamador, que locura,
pero en ese contacto se ilumina y el montacargas en pocos segundos abre sus
puertas ante mí.
En la botonera interior
del cero al siete, mi dedo toca el número cinco, pero no arranca, tras varios
intentos, me inclino, bajo mi cabeza y mi apéndice nasal vuelve a dar
movimiento al ascensor. En la subida se detiene entre las plantas segunda y
tercera. Con mi nariz oprimo la alarma y una voz en el altavoz interior dice:
“relájese, puede ojear la revista que hay en la esquina, estoy en mis tres
minutos de yoga, ah, y pase las hojas con la nariz”.
En la planta cinco el
psiquiatra mira el reloj, su paciente lleva diez minutos de retraso.