miércoles, 26 de junio de 2019

Matusalén infinito


Matusalén infinito

Quiero tiempo ilimitado y latidos eternos,

quiero siglos inagotables y medicina sin misterios.

Ser un semidiós, un mito viviente,

un Aquiles destalonado, sin resquicios.

Quiero ser inmortal,

vivir sin prisas, ¿qué prisa hay?

Ninguna.



Quiero pisar cada playa,

oler cada montaña,

palpar cada rincón del planeta,

quiero ser inmortal,

reír con las nietas de mis nietas,

ser un Matusalén infinito.

viernes, 21 de junio de 2019

Pintor


Pintor

El capataz me ha dado las instrucciones y estoy en medio de esta gran sala rodeado de pinturas de colores, brochas y la enorme escalera. A medida que subo los peldaños recuerdo mi fantasía de niñez, la de ser un artista del renacimiento reencarnado. Y rememoro aquellos castigos frecuentes, sin paga, sin ir al cine, sin helado, por cuestionar las enseñanzas y por desobedecer las órdenes, yo era muy incrédulo y terco.

Horas después he terminado el techo del parlamento. Escucho la puerta, es el encargado y tres hombres con corbata. Él levanta la vista e intenta gritarme, se lleva las manos al pecho y se derrumba. Mientras le auxilian, observo mi juicio final con Eva y Dios, en mi versión femenina, besándose en los labios. Sin rechistar, acepto mi despido como pintor de brocha gorda.

lunes, 17 de junio de 2019

Mirlo blanco


Mirlo blanco

La primera vez que cruzo el charco. Estoy en la sala de embarque destino Nueva York. Frente a mí, a escasos tres metros, se sienta una mujer explosiva, de las que no pasan desapercibidas. Me obsequia una sonrisa. El vestido corto y su movimiento de piernas me desvelan su ropa interior muy sexy. Ruborizado desvío la mirada pero aquella prenda me  cautiva. Ella acaba sentándose a mi lado, aún no embarcamos. En la charla dice que me encuentra interesante y atractivo. Yo atónito, no dejo de mirar su escote. Me confiesa al oído que es actriz de cine erótico. En el avión intercambia su asiento para sentarse junto a mí. Tapados bajo las mantas comienzan unas turbulencias anatómicas culminadas en el aseo en varias ocasiones. Aterrizamos a este lado del charco entre suspiros. Por delante una semana prometedora de sexo salvaje. En el control de seguridad un policía me fotografía de frente y de perfil. Varón caucásico seis pies de altura. En mi mochila han encontrado una sustancia blanca. Por primera vez me siento un hombre objeto.

martes, 11 de junio de 2019

Haberlas haylas


Haberlas haylas

Cuentan los lugareños que una tabernera, apodada la bruja celta, fue acosada por un joven pelirrojo, al que tras propinarle un rodillazo en sus partes, le lanzó un maleficio: “Se te van a caer los huevos y me los voy a comer con patatas, durante ochocientos días”.

Aquella noche la meiga observó al joven sonámbulo con plumas, cresta y espolones, mitad hombre mitad gallina, desnudo agachado junto al patatal. La meiga recogió los huevos que puso el hombre-gallina, e hizo una tortilla que quedó muy líquida, casi sin cuajar. Era un sabor nuevo. Ella con vista comercial traspasó el hechizo a las gallinas y el pelirrojo comenzó como ayudante de cocina. Aumentó la producción de tortillas cada día. La voz corrió y la fama trajo gente de toda la comarca, incluso a los peregrinos del camino. Dicen que así nació la leyenda de la tortilla de patatas de Betanzos.

jueves, 6 de junio de 2019

Al pie de la letra


Al pie de la letra

—Ya tengo los pies fríos—dijo aquel tipo desesperado por aparecer en el libro Guiness de los récords. Llevaba caminando descalzo quince horas por el glaciar. Tres horas más y lo habría logrado. Unos meses atrás logró figurar en el libro cuando atravesó el desierto descalzo en pleno día, pero al día siguiente su amigo, el envidioso, hizo lo mismo a pata coja. Esta vez ha tomado precauciones para perpetuar la gloria del récord. Desde la hazaña del desierto su, hasta entonces, amigo había desaparecido del mapa, se lo tragó la tierra, literalmente. El engaño de las arenas movedizas le salió a pedir de boca.

Patucos



Patucos

—Ya tengo los pies fríos—dijo el niño tumbado e inmóvil en una cama improvisada.

—A mí también me pasaba y mi madre me ponía unos patucos de lana de colores—le tranquilizó ese doctor mientras refrescaba la frente del pequeño que ardía. El médico recordó su infancia, allí unas fronteras más arriba, le llamaban ”patas de alambre” porque era muy delgado. Sus piernas corrían tras el balón y saltaban sobre piedras, sin peligro a que el suelo le sorprendiera como había sucedido con este niño. Blasfemaba contra las minas, las armas y las guerras, todas eran inhumanas.