Dolores y consuelos.
Otra vez la puñetera artrosis me acarrea lo mismo que mi nombre: Dolores. Ahora que el verano entra en su recta final, tiempo de varear y recoger las almendras, a ello han llegado mis hijas, yernos y nietos. Sentados a la mesa los ocho, hemos bromeado sobre el último cotilleo en las charlas vecinales al fresco cada noche de este pueblecito, la repentina aunque honesta y consecuente marcha del cura joven, parece ser enamorado de una muchacha forastera a la que ha preñado. Reunida con la familia, entre risas, chismes y recuerdos, la artrosis y otras penas desaparecen.
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