Patucos
—Ya
tengo los pies fríos—dijo el niño tumbado e inmóvil en una cama improvisada.
—A
mí también me pasaba y mi madre me ponía unos patucos de lana de colores—le
tranquilizó ese doctor mientras refrescaba la frente del pequeño que ardía. El
médico recordó su infancia, allí unas fronteras más arriba, le llamaban ”patas
de alambre” porque era muy delgado. Sus piernas corrían tras el balón y saltaban
sobre piedras, sin peligro a que el suelo le sorprendiera como había sucedido
con este niño. Blasfemaba contra las minas, las armas y las guerras, todas eran
inhumanas.
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