Diálogo Eva y San Pablo (Convergencias)
—Hola
Saulo, bueno perdona, debo llamarte Pablo, te cambiaste el nombre. ¿Cómo te va?
—Aquí
me tienes con la mano agotada de tanta epístola a todos los pueblos, estresado,
no doy abasto. ¿Y tú qué? ¿Paseando por los parques naturales? Vaya vida te
pegas, Eva.
—Paseando
dices… desterrada del Edén por la puñetera serpiente. Me presentó aquella manzana
golden tan reluciente, con el hambre que yo tenía. Ojalá hubiese sido carnívora
porque le habría arrancado la cabeza, a la rastrera, y me la hubiera zampado.
Desde aquello tengo fobia a las frutas.
—Anda
y yo odio a los cuadrúpedos desde que me tiró el caballo. Menuda costalada me
pegué. ¿Y Adán dónde anda?
—Acabé
abandonándole, insistía encadenado allí en la puerta del paraíso con una
pancarta “Adán reingreso al Edén”, peloteando a Dios, que él no había
desobedecido. El acusica me echa a mí toda la culpa, menudo egoísta. ¡Que le
den!
—Si
quieres que interceda por ti, yo con el hijo tengo un poco de mano, hablo con
Jesús y malmeto sobre la falta de solidaridad de Adán contigo. Eso sí, a cambio
ayúdame con las epístolas que no me da la vida.
—Trato
hecho, Pablete. Cuando charle con el padre, elogiaré tus virtudes, tu trabajo
incansable y le recordaré las negaciones del Pedrito.
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