El
árbitro
Me
queda un regusto amargo en la boca, supongo de la sangre que mana de mi labio y
mis dientes tras los puñetazos. O quizá del silbato que no ha pitado penalti, a
pesar de las caídas fingidas en el área. Adiós al maletín con los tres mil
euros. Al menos puedo dormir a pierna suelta. Hoy con las heridas veremos. Mi
conciencia, aunque pobre, continúa sin rasguños.
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