lunes, 30 de julio de 2018

Moraleja viajera


Moraleja viajera.

Desde aquel primer libro para contar del uno al diez en la lengua de Shakespeare, siempre deseé viajar a Londres y aprender ese idioma. Tras años de esfuerzos gramaticales y superar exámenes por escrito. El reto de demostrar mis conocimientos en inglés ha comenzado. Ya sobrevuelo el Canal de la Mancha.

Mientras pregunto en el aeropuerto cómo llegar al hotel con mi particular fonética, una joven plagada de pecas y casi albina, entre risas me explica con un castellano nítido que pronuncio el inglés como un japonés hablando andaluz. En las rutas de turista por la ciudad confirmo mi torpeza ya que nadie entiende las pocas palabras que emito, aunque salgo airoso en cada lance gracias a mi extenso repertorio de mímica.

El día de regreso llega el problema más enrevesado, para pagar el hotel mi tarjeta de crédito es rechazada y el dinero en efectivo no me alcanza. El paquistaní de recepción llama a la policía. ¡Albricias! un agente en un español bastante correcto, me tranquiliza y sonriente me acompaña a una sucursal del banco Santander, confiesa por el camino su admiración por las playas de Alicante y las tapas de Granada. Estoy en racha, una mujer de trato arropador y en mi lengua materna, ya que nació en Salamanca, me soluciona aquella pesadilla monetaria. Toca correr, los aviones no esperan, y agotado como si hubiese terminado un maratón sin hidratarme, embarco de vuelta. Debo apuntarme a inglés de conversación mañana sin falta. Siempre me quedará el mimo.


Preguntas que me asaltan


Preguntas que me asaltan.

¿Por qué prescriben ciertos delitos? ¿Por qué hay personas inviolables y protegidos ante los tribunales? ¿Por qué en España hay 10.000 personas aforadas, si en Alemania o Reino Unido no hay ninguna? ¿Por qué hay presos que pueden elegir la prisión donde ir? ¿Por qué las prisiones cada día más se parecen a hoteles de lujo? ¿La ley está pensada para el “robagallinas” y no para el gran defraudador? ¿Somos de verdad todos iguales ante la ley?