Monólogo de una mosca
Recorro el botón, el
dedal y la tijera. Un joven acaba de comprar mermelada a una vendedora, corta
una rebanada de pan y la unta de la confitura. Ese olor me obliga a volar hasta
allí, donde me relamo. Una docena de mi especie me imitan. Nosotras las moscas tenemos
una habilidad innata a base de movimientos rápidos de anticipación nos sentimos
a salvo para esquivar manotazos de los humanos, que no siempre resulta infalible.
El modisto con un golpe certero da al traste con siete de mis compañeras que
pasarán a la historia nada más y nada menos que como gigantes aplastados. Así surge
la leyenda del sastrecillo.
Las moscas siempre hemos
tenido muy mala prensa, en ciertos cuentos fuimos maltratadas, obviadas y
eliminadas. Y esas fábulas han llegado adulteradas. Sin ir más lejos, el sueño
mítico de la bella muchacha, nos narraron que fruto de pincharse con la rueca,
cuando el verdadero motivo fueron los picotazos de mis primas lejanas, las
tse-tsé. También tergiversado porque la realidad es que la chica despertó
cuando mis familiares rurales, los tábanos, mordisquearon su cara y sus labios,
y no por el beso de un príncipe.