viernes, 22 de febrero de 2019

El costurero


El costurero

Me hubiese gustado aprender a coser botones, coger un hilván, meter el bajo a los pantalones. Yo además de ser chico tenía otro obstáculo añadido, en mi familia existía una prohibición gritada repetidas veces por mi tía, habría un castigo severo a quien tocara la caja de la costura. Años después entendí aquel tabú acerca del costurero, al abrirlo y ver que encerraba unas esmeraldas, perlas y rubís, acudieron a mi cabeza las imágenes del famoso robo a la marquesa.

El mundo es un pañuelo, mi rival en la final de este concurso en el que llevo un año eliminando competidores, resulta que es el hijo de la marquesa. Cómo lamento ahora aquellos prejuicios sexistas y que no me enseñasen a hilvanar, porque es el último requisito, la prueba final del concurso. He sobrevivido a pruebas físicas, de literatura y de matemáticas. Un millón de euros del premio al alcance de la mano. Me coloco el dedal y enhebro la aguja, mis pespuntes dan pena. El modisto que decidirá el ganador es muy severo. Tendré que desplegar mis artes en el aprendizaje a no dar puntada sin hilo y sacrificaré una esmeralda para que el árbitro de la contienda aprecie mi trabajo desde otro prisma, y diga como mi tía que soy una “joyita”.

2 comentarios:

  1. No es "hilvano la aguja"; sería enhebro la aguja, lo que se hilvana es la tela con el hilo.
    Por lo demás, relato inquietente y sorprendente, marca de la casa

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    1. Gracias Alicia. Cambiado. Como se nota que poco he cogido agujas, jeje.

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