lunes, 20 de marzo de 2017

Mi princesa de biblioteca

MI PRINCESA DE BIBLIOTECA.

Cada tarde aquel curso que desembocaría en la Selectividad, Diego, ese soy yo, acudía a la biblioteca, allí podía estudiar concentrado gracias al silencio, ya que en mi casa me era imposible.

Un soleado día de Febrero, sentado frente a la puerta, aunque unas mesas más adentro, mientras leía una bella poesía de Lorca para los comentarios de texto que andábamos estudiando, de repente contemplé como entraba una chica de mi edad, de ojos turquesa, piel blanca, cabello sedoso castaño claro, esbelta, de rasgos alegres, boca sonriente, semblante relajado y yo diría feliz, que me atrajo, atrapó mi mirada, no pude dejar de observarla, con su caminar armonioso y ágil buscaba un sitio libre, qué suerte se va a poner casi frente a mí, y justo sólo una mesa más allá queda como en un ángulo  de 45 grados a la izquierda, como a tres o cuatro metros de mí, y nada obstaculiza mi campo de visión.

Levantó la silla para echarla hacia atrás, sin arrastrar, cuidadosa al máximo para guardar el silencio que reina en la sala, lo hace como yo, odio las personas ruidosas en la biblioteca. Después se quitó su mochila a juego con su llamativo abrigo verde y negro, con dibujos de colores, era muy original y le favorecía si cabe más a su belleza, lo colocó sigilosa en la silla, y abrió despacio y sin apenas ruido la cremallera de su preciosa mochila, donde colgaba un pequeño osito de peluche.

Sacó una carpeta con apuntes, dos libros, uno de ellos pequeño, y un estuche verde, mi color favorito, desde pequeño jugaba al parchís con las fichas verdes; ese estuche llevaba unos dibujos de animalitos: jirafas, monos, cebras, colibrís ...  cerró su mochila, la colocó con cuidado en un lado de la mesa, se disponía a sentarse, no aparté mi mirada, pero si se daba cuenta, qué corte, qué vergüenza, debía evitar que me pillara observándola. Cuando percibiera que iba a mirar para este lado, desviaría mis ojos.

Me alegré al reconocer un libro, era de mi curso, luego estudiaba lo mismo que yo, un punto en común, vamos bien. Le diría hola yo también estudio lo mismo y comenzaríamos a charlar, vendría bien para romper el hielo. Qué iluso mi cerebro no me atreveré.

No podría esperar nada, en cuanto se levantase para descansar, para marcharse, o ir al baño, yo saldría también y la saludaría, la sonreiría, la hablaría para saber su nombre y que supiera el mío, conocer donde estudiaba, donde vivía, qué le gustaba leer, si vendría mañana o qué día de nuevo a la biblioteca, o donde podría verla de nuevo, si le gustaba el cine, o el deporte, o pasear por el parque. Qué series de la tele le gustaban, o qué música era su favorita.
Pero mi película en mi cabeza era perfecta, me atrevía a todo, siempre las palabras adecuadas, en los momentos oportunos, todo rodaba bien, pero en mi realidad, soy tan cortado y tan tímido, incapaz de dirigirme a una chica y menos aún de expresar mis sentimientos, mis ideas. ¿Por qué me paralizo, y me quedo en blanco, sin palabras?... qué rabia, si lograse vencer y ser ese Diego de mi mente, que gozada.

Nunca olvidaré ese día en que la vi por primera vez, en la biblioteca, era el día de San Valentín, 14 de Febrero, el de los enamorados, quizá un flechazo, la verdad era que no podía apartarla de mi cabeza. Ella era mi princesa, mi princesa de biblioteca. Una mezcla de Blancanieves, Cenicienta, Bella durmiente y princesa "élfica". Creo que me enamoré, quería ser su príncipe.

Aquella tarde desde su llegada no podía pensar en mis estudios, en mi cabeza sólo estaba ella, mi mente no paraba de formularse preguntas... ¿Qué carrera elegirá? quizá este entre una de las que yo dudo: periodismo, exactas o económicas. ¿Qué libros ha leído y quiere leer? quizá alguno de los que yo he leí.... ojalá. ¿Le gustará la poesía? ¿Habrá escrito algún poema? Yo había escrito varios sonetos y algún otro poema más corto. ¿Será romántica? ¿Le gustaría que yo le escribiera algún poema? podríamos tener cosas en común. Quería conocerla por dentro, sus pensamientos y sentimientos.

Yo además de mis libros y apuntes de clase, siempre llevaba algún otro libro, en los descansos y antes de marcharme me relajaba leyendo un ratito otra cosa diferente a esos textos que se estudiaban, sobre todo para aprobar. Ese día tenía uno de Mafalda, que con su humor y particular visión del mundo me sumergía esos momentos en otro mundo menos crudo.

Pude reconocer que ella también tenía un libro de bolsillo y maravilla era de mi escritora favorita de Agatha Christie, de la que yo había leído al menos 10 y tenía otros tantos en casa pendientes a la espera de hincarles el ojo. Ella leyó unos minutos, por la portada me pareció que podía ser Diez negritos. ¡Bien!, otro tema afín de conversación posible.

Tres horas después de su entrada y ella no se había levantado, y yo no había empezado a hacer ni leer nada, excepto unos ratos a Mafalda.

Media hora después cuando eran casi las ocho, comenzó a recoger sus bolis y folios, y yo con mucho disimulo hice lo mismo. Cuando se puso el abrigo y la mochila, yo estaba preparado para salir raudo tras ella.

Debo hablarle, ¿Cómo le entro? ... no sé ... Salí deprisa, la divisé ya cerca de la salida a la calle, mi boca no será capaz de emitir sonido alguno. La seguí a cierta distancia, al menos veré donde va, quizá se dirige ya a su casa, sería acaso vecina mía.

Anduvo varias manzanas y de repente antes de cruzar la calle se giró, yo reaccioné y me puse a mirar un escaparate de libros, la vigilé de reojo, esperaba no perderla, sería un error garrafal. Por fin otras dos manzanas más abajo, buscó en el bolsillo pequeño de su mochila y sacó unas llaves, ya supe en qué portal vivía. Unos instantes después, me aproximé y desde fuera aprecié encima de la puerta del ascensor el número 2 y no cambiaba. Era en el segundo piso, pero había dos letras por cada planta.

Tendré que averiguar su nombre y su apellido. Mi cabeza me lo reprochaba, todo el camino a mi casa... debiste hablarle y preguntarle, ahí arriba cerebro es muy fácil, pero aquí fuera actuar y hablar es complicado.

Esa tarde entré en casa absorto en ella, sin hambre, muy raro. Mi madre dijo: pero hijo ¿Qué te pasa?, ¿te duele algo?, ¿ha pasado algo?. Nada, no... nada mamá, le contesté.

Aquella noche no podía dormir, la imagen de mi princesa "élfica" en mi mente, y frases qué decirle, ideas para acercarme a ella y planes para saber su nombre, donde estudia... No podía quitármela de la cabeza desde que entró en la biblioteca unas horas atrás. Estuve consensuando con mi mente y mi almohada las palabras apropiadas para dirigirme a ella. ¡De mañana no pasa!, me repetía.

Al día siguiente antes de las ocho yo estaba frente a su portal, apostado tras el tronco ancho de un pino y unos malolientes cubos de basura. La esperaría y sabría en qué instituto estudiaba.

Ocho y veinte, sentía mis pies ya fríos, ella abría el portal y salía a paso veloz, con el pelo aún mojado y su caminar tan especial, como el de una deportista.

La seguí con precaución, a distancia suficiente hasta que se adentró en aquel instituto. Minutos después me acerqué a los tablones de anuncios, vi las listas de notas y busqué las de ese último curso, allí estaban las notas de Lengua y Literatura. Rastreé las mejores notas con nombres de mujer, apostaría que era una de las tres con mayor nota. Mi memoria guardó esos tres nombres y apellidos, que al cruzarlos con los buzones de su portal, me darían la solución. Pero precavido saqué una foto con el móvil a la lista.

¡Mierda, me ha visto!  ¿Qué haces fotografiando aquí? Tu no eres alumno nuestro, me dijo muy serio un hombre con gafas y perilla. Me había puesto como un tomate y sin embargo salí airoso con una mentira rápida y ocurrente, que me sorprendió hasta a mí. Le expliqué que mis tíos me habían pedido que les llevase pruebas de las notas de su hijo, o sea mi primo, ya que el año anterior las falsificó y ya no se fiaban.

Por suerte con uno de mis apellidos tan corriente, García, y mi ágil memoria fotográfica, había divisado varios apellidos como el mío, alguno de ellos suspenso, en concreto Ortiz García, Roberto. Añadiendo a mi historia que le podía enseñar mi carné, y que mi primo era Roberto, parecí convincente y el profesor supuse quedó satisfecho y yo a salvo.

Corrí hacia mi instituto al otro lado del barrio, llegaba tarde. Entré a mi clase a las 8:55, casi media hora tarde, jadeante, sudoroso. Pedí disculpas a mi profesora de Inglés, Amelia. Ella siempre de buen humor, era muy enrollada, empatizaba con nosotros, la sentíamos como una hermana mayor.

Ahora faltaba operación portal y buzón. Así que a la una me salté la clase de dibujo técnico, que se me daba fatal, y no me gustaba. Y me encaminé al portal de mi princesa de biblioteca. Toqué varios telefonillos, con el habitual ... cartero comercial, y al cuarto intento abrieron la puerta. Miré el segundo A y los apellidos bastante raros no figuraban en la famosa relación de notas, y en el buzón del segundo B, ponía:

Ricardo Montalbán Segura.
Marta Chamorro Sánchez.
Isabel Montalbán Chamorro.

Este tercer nombre y apellidos, coincidían en mi memoria con la mejor nota de su clase. Mi princesa tenía por nombre Isabel, y destacaba como excelente en Lengua y Literatura. Mi corazón latía acelerado. Dudé si le dejaba una nota ... no. Decidí que me armaría de valor y hablaría con ella.

Incapaz de arriesgarme a la posibilidad de verla o no, en la biblioteca, impaciente y con ansiedad por no verla en toda la mañana, y mi cabeza ausente en esas clases matutinas, soñando despierto con reír con ella.

Salí del portal pero decidí hacer guardia allí delante, la vería llegar a mí de frente, cara a cara. Permanecí media hora y la divisé a cincuenta metros. Uf, qué calores, qué nervios, se acercaba, pero sé que mi cara estaba iluminada y sonriente por mi princesa. Y ya no me aventuraba a estar sin ella ni un minuto más, debía de intentarlo.

Llegó hacia mí sonriendo, me pareció más atractiva aún que el día anterior.

Y me lancé:

- Hola Isabel, la saludé, con la voz torpe del enamorado temeroso a ser ignorado.

- Hola Diego Robles García, me contestó ella, dejándome atónito.

Nunca imaginé que pudiera saber mi nombre y apellidos. Y comenzó a darme más datos, de que estuve en la biblioteca, conocía mi domicilio y mi instituto, las notas que saqué, que era muy bueno en matemáticas, y sabía que yo estaba indagando sobre ella, que jugaba en el equipo de baloncesto.
Aunque me había dejado desconcertado, a duras penas balbuceé a preguntarle sobre cómo tenía tanta información sobre mí.

Empezó a explicarme que su padre era detective privado y su madre inspectora de policía. Y que ella se había anticipado en sus pesquisas sobre mí. Su abuela fue una conocida periodista de radio, y su abuelo maestro y además escritor y poeta, que llegó a ganar algún premio.

Nos fuimos a comer a una pizzería cercana y comenzamos a contarnos nuestra vida y nuestras aficiones. Diego e Isabel como los amantes de Teruel.

Pasamos toda la tarde hablando, de libros, de deporte, de poemas, de lo que escribíamos, y ese fin de semana, leímos lo que cada uno había escrito, y escribimos juntos un cuento de navidad del que ella tenía una idea muy original. Ambos queríamos estudiar periodismo, y escribir relatos, poemas...

Me fue gustando más a medida que la iba conociendo por dentro, sus pensamientos tan positivos, sus ideas creativas, sus sentimientos. Amaba a mi princesa de biblioteca.

Acababa de comenzar una relación de amistad y quién sabe si de amor entre dos jóvenes, con lazos comunes.

Pero esa futura historia la escribirá ella, yo o ambos conjuntamente.

AUTOR: PeibolFeliz.

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