jueves, 7 de septiembre de 2017

Javi el rebelde

Javi el rebelde.

Javi era un adolescente de un pueblecito, rebelde al máximo, para él la mayoría de las normas y leyes estaban para incumplirlas.

Conducía aquel tractor de su tío sin carnet, y la moto de su padre también, y ambos sin permiso de sus dueños.

No iba al instituto, se pasaba las horas en bares y mangando dinero y planeando donde sustraer más. O engatusando a dependientas y criadas con su labia y su físico, siempre con fines de sisar y escamotear cuartos.

Se bañaba en la piscina de noche, y en el bar que había pillaba bolsas de aperitivos y bebidas. Saltar esas vallas era muy sencillo para él.

Para Javi no había nada imposible, robaba melones, higos y uvas, hurtaba latas de anchoas y chocolate en la tienda de la Puri.

Desvalijó la caja del ayuntamiento, quizá fruto de pagos ilegales a cambio de recalificaciones.
Birló el dinero de los cepillos de las iglesias de los pueblos de la zona. Y de las cajas de las sacristías.

Siempre necesitaba dinero para las timbas de poker la noche de los sábados en la trastienda del bar de Aquilino. Allí se juntaban los profesionales de la comarca, en una ocasión uno se jugó el coche, la casa y cuando los perdió, arruinado, quiso jugarse a su mujer.

Se colaba en la discoteca, porque sobornaba al portero con paquetes de tabaco, que le sustraía a su primo. Conocía donde estaba el almacén de los licores, trincaba el whisky y a retozar, bien con la deseada y joven mujer del cabo de la Guardia Civil, aprovechando la ausencia de éste, o bien con su novia, que era hija del alcalde.

Así trascurrió unos meses más la vida de Javi el indómito, al filo del peligro y de la ley, hasta que la maldita droga lo enganchó y truncó la vida del indomable.

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