sábado, 17 de febrero de 2018

Discordia


Discordia.

Se quedaban discutiendo dónde pondrían el sofá, en aquel apartamento de la capital islandesa. Con la misma cabezonería, con la que siete años atrás se conocieron en la facultad de geología, con una dialéctica sobre si deberían dejar los apuntes a los jetas que se quedaban en el bar o en casa. Su relación siempre repleta de debates, argumentando sus motivos, sus opiniones, pero eso paradójicamente les acercaba.

Finalizada la carrera llegó una trifulca espectacular. Él quería ir a Islandia y ella a la Antártida. Ambos sitios eran adecuados y atrayentes para investigar. Parecía que cada uno cogería su camino. Después de días de confrontación y esquivos comportamientos, él comprendió más emocionante el polo sur, y quizá era una oportunidad única.

Marcharon a un barracón allí era verano, tras dos semanas una tremenda e inesperada tormenta arrasó con su casa prefabricada y les dejó incomunicados. Ellos no se ponían de acuerdo, si dormir acurrucados en la colonia de pingüinos o buscar otra ubicación con las focas. Y porfiaban si comerse aquellas algas rojas para subsistir. Eran tan testarudos y tozudos que les llevaba horas ceder algo y llegar a un acuerdo.

Cuando moribundos atisbaron la zodiac hubo litigio de si era real o una alucinación. Ya en el hospital de campaña, sólo había sangre O negativo para uno de los dos. Ambos se emperraron en que fuera para el otro. El médico decidió. Dos horas más tarde un helicóptero llegó con bolsas de sangre y la obstinada pareja  logró sobrevivir.  Y poco después viajaron a Islandia.


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