Costumbre inadmisible
El último día de
vacaciones abandoné la tumbona con la colchoneta de rayas amarillas y blancas,
y decidí explorar el faro, casi inaccesible en la cima de las rocas. Allí el
fornido lobo de costa como hipnotizado por mi aparición, deslumbrado por mis
palabras gaélicas a las que ayudaba el bikini en mi mano, me creyó sirena. Soporté
sus sonetos trasnochados con aliento de ajo, amainé mi furia cuando desafinó
con los pajaritos y el acordeón. Y de no haber sido por comerse las gambas con
cuchillo y tenedor, todavía seguiría acompañada en este faro del fin del mundo.
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