TEMA: LAS TALADRADORAS.
El
día anterior al examen, el vecino taladraba sin parar. Cuando llegó a la
biblioteca estaba en obras. Estudió en el cementerio.
Pidió
a su padre que hiciera un taladro en su cuarto, lo pintó de negro y presumía en
el colegio de tener en su casa un agujero negro.
“Mamá, yo creo que los volcanes son taladros que hacen en el
infierno”, dijo la niña. Pasmada lo anotó para sus guiones de humor.
Cuando
el profesor quería hacer examen oral, los alumnos pagaban al de mantenimiento
para que usara la taladradora.
Cada
año se ríen en la vendimia recordando cuando llegó el urbanita con la
taladradora como la herramienta para cortar uvas.
Era
el mejor interrogando, cuando les acercaba el taladro a los dientes o al ojo,
confesaban todo rápidamente.
Harto
tras cinco días sin pegar ojo por los ruidos, el trabajador nocturno salió y al
operario de la percutora le taladró el tímpano.
Hizo
varios taladros en las paredes de la estancia, prefería ver las orgías por los
agujeros que participar en ellas.
En
su primera cita con el taladro y el bricolaje, rompió todas las brocas. Nadie
le había hablado de vigas y columnas de carga.
Aprovechaban
los ruidos de taladros vecinales para hacer el amor y dar rienda suelta a gritos y chillidos.
El
presidente de la comunidad coordinó una hora a la semana para taladradoras,
aspiradoras, centrifugados y demás ruidos.
Compró
el taladro más ruidoso para no oír los gritos del vecino con cada gol del
equipo rival.
La
taladradora era una de las tres cosas que se llevaría a una isla desierta. No
consiguió el puesto de operario y sí el de director.
El
operario taladró la acera buscando una avería en la tubería del gas, y dejó al
barrio tres días sin agua ni luz.
Ata
cabos, tras el cadáver, la policía requisándole la taladradora, los restos de
pintura granate, su dadivoso y astuto vecino.
Todos los operarios de mantenimiento solicitaban trabajar en
el centro de sordomudos.
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